top of page

Por qué fue mejor que nada saliera como lo había planeado

Cuando tenía 9 años, y era el siglo pasado, había sacado la cuenta de que recibiría al siglo XXI con esa misma cantidad de años. La perspectiva, a los 9, era que arrancaría el nuevo siglo siendo toda una vieja de 21 años. Por eso, ya tenía pensado que en 1998 conocería al amor de mi vida, que me casaría en 1999 y que el 2000 llegaría con un hijo.

Así llegó 1998. Habían pasado apenas dos años de haber terminado la escuela secundaria. Estaba estudiando y comenzando a buscar trabajo de lo que en aquel entonces quería hacer: entrar a un medio de comunicación. Seguía siendo en cierta manera una adolescente y, en ese entonces, llegar a los 21 era sinónimo de ser independiente y para nada era una edad como para estar casada con hijos.

Llegó el 2000. Llegaron los 21. Básicamente no sentía diferencia alguna con tener 18. Excepto esa sensación de que ahora el tiempo pasaba cada vez más rápido. Encontrar el trabajo "de lo que estaba estudiando" y organizar qué hacer el siguiente fin de semana o feriado -procurando que no coincidiera con fecha de algún final- era todo el plan de vida de aquel entonces.

Pasaron los 22, los 23, los 24, los 25. ¡Apa, un cuarto de siglo! Si hubiese seguido con mi plan de los 9 años, estaría con un hijo de 4 años. Cosa que no encajaba en mis 25 que se sentían muy parecido a los 21, que eran a su vez parecidos a los 18.

Terminé la carrera y en el medio hubo un desfile de trabajos varios, pasantías, atender teléfonos y escribir lo que se necesitara porque yo "estudiaba comunicación".

Llegaron los 30. Hasta feo sonaba ese número. "Treinta". Y ahí, entonces, caí que nada, pero nada de lo planeado, había salido tal como lo planeé.

La famosa crisis del cambio de época me dio por el replanteo de querer un cambio de trabajo, un cambio de entorno y hasta me fui de vacaciones sola, para descansar y para seguir planeando cómo y qué iba a hacer de mi vida. Volví con la idea de que iba a trabajar por mi cuenta y me iba a ir a vivir sola. Bueno, nada de eso pasó.

Ahora, ya pasaron unos años más después de los 30 (¿vieron que no dije cuántos, no? je) y en el medio viví muchos cambios en poco tiempo, cada cosa en su momento pero casi nunca en coincidencia con lo que yo había planeado.

Con mis 30 y pico (largos) puedo mirar para atrás y ver que pude hacer cosas muy productivas, compartir experiencias muy enriquecedoras y participar en los ámbitos más diversos. Aprender de la experiencia y de los errores fueron dos pilares fundamentales.

Pude colaborar con medios de comunicación del exterior, cosa que jamás había siquiera imaginado. Pude organizarme para tener trabajos por mi cuenta junto con otros full-time, cosa que jamás había pensado que podría llegar a ocurrir. Conocí al amor de mi vida 16 años más tarde de lo imaginado cuando tenía 9. Me casé. Y ahora espero un bebé.

Y ahora entiendo que así fue mejor.

¿A dónde quiero llegar? A que es cierto que "el hombre propone y Dios dispone". Y si algo llegué a entender es que está muy bueno organizarse y procurar seguir planes pero que es mejor confiar en que Dios siempre tiene lo mejor.

Llegué a entender que Dios no miente. Que si Él prometió, en el libro de Jeremías, que: "Yo sé los planes que tengo para ustedes, planes para su bienestar y no para su mal, a fin de darles un futuro lleno de esperanza. Yo, el Señor, lo afirmo." es porque así será. Y así fue.

Y entonces, llegué a entender que nada saliera como lo había planeado fue lo mejor que me podría haber pasado.

bottom of page