Cuando la luna se puso colorada
En la noche del domingo 27 de septiembre y en la madrugada del lunes, debido a un eclipse, la luna se vio roja. ¡Hermoso espectáculo! No sólo por lo deslumbrante de la luna, que además de roja estaba llena, sino por todas las demás cosas (simples) que implica...
1. Primero, poder ver.
La vista, como tantas otras cosas, es algo que no valoramos hasta que está en riesgo de perderla y mientras vamos viendo no pensamos en que poder ver ya es de por sí un milagro.
2. Luego, poder ver el cielo.
Mirar la luna, las estrellas, las nubes. Todo lo que desde la tierra podamos ver hacia arriba, también es un milagro. Somos una mínima, súper mínima, parte de un universo infinito.
3. Entonces, ver cómo cambian las maravillas del cielo.
Las fases de la luna, las estrellas desde el campo, una estrella fugaz. Cosas increíbles. Y siempre diferentes. Cada día presenta un espectáculo distinto y nuevo para ver.
4. Después, poder reflexionar sobre todo eso.
Nosotros, seres finitos habitando un universo infinito. Tantas maravillas. ¿Cómo no agradecer al Creador, al que nos regala cada noche un espectáculo diferente, quien tiene en sus manos nuestros tiempos y quien nos muestra su amor y su misericordia cada día?
5. Y finalmente, poder quedarse sin palabras.
¿Cómo describir algo tan maravilloso? Nos quedamos cortos cuando queremos encuadrar lo que vemos en las palabras que conocemos.
¡Es hermoso cuando pasa todo eso.!
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?» (...) Oh Señor, soberano nuestro, ¡qué imponente es tu nombre en toda la tierra!"
Salmo 8:3,4,9
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