El problema de la experiencia
"Nadie sabe bien sino por medio de la experiencia" dijo Sir Francis Bacon. En este sentido, y para muchos autores, la experiencia es considerada tanto una escuela como un maestro. "La experiencia es un maestro feroz, pero está claro que te hace aprender", lo confirma C.S. Lewis.
Esta palabra, que proviene del latín experiri que significa "comprobar", es la que brinda un conocimiento "a posteriori". O sea, que primero viene la experiencia y luego, el aprendizaje.
Trasladándolo al plano cotidiano, lo que generalmente ocurre es que parte de esa experiencia consiste en cometer errores (sin querer, claro). Primero nos equivocamos y entonces, aprendemos. Por eso, Oscar Wilde define experiencia como "el nombre que le damos a nuestros errores".
Parece simple. Pero no. De hecho, ¿cuántas veces caemos en el mismo error? ¿Entonces aprendimos o no? ¿Sirve o no la experiencia?
Resulta que, justo un día después de la fecha de conmemoración del natalicio de Gabriela Mistral (el 7 de abril), me topé con una frase suya: "La experiencia es como un billete de lotería comprado después del sorteo. No creo en ella".
Y es que muchas veces, llega tarde. Sin embargo, no estaría siendo totalmente responsabilidad de la experiencia, sino más bien de qué hacemos con ella. En lo personal, creo que la experiencia es una gran escuela. Dura, exigente, angustiosa, aburrida muchas veces. Pero está allí para que aprendamos. Si esto no llegara a darse, podríamos ver qué podemos hacer con ella o a partir de ella para ver qué cosas hay que evitar y qué cosas cambiar. Y esto se aplicaría al plano personal, familiar, social y hasta nacional.
De hecho, Santiago Kovadloff refiriéndose a la experiencia para nuestro país lo resume así: "La Argentina es una sociedad donde la experiencia no logra transformarse en enseñanza".
El problema no es de la experiencia. El problema es nuestro.
