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Tan simple y tan compleja

  • Romina Mazzaferri
  • 4 feb 2013
  • 5 Min. de lectura

(Relato finalista del concurso Amboades, España, febrero de 2013)

Ella es femenina.

Está presente allí, en las importantes galas, esparciendo su majestuosidad y su fragancia características. Está presente allí, en las cenas románticas, develando su interior cuando se encuentra en manos cuidadosas. Está presente allí, en las fiestas tumultuosas, resaltando su esbelta y definida figura. Y está presente allí, también, en las noches solitarias, mostrándose como leal compañera y todo oídos. Aunque ella no lo sabe ni lo hace adrede, de todas formas, escucha, guarda secretos, divierte, desinhibe. Sin ser ella la actriz principal de ninguna película, de todas formas, está presente en muchísimas escenas memorables del cine. Por todo eso, y más, le han escrito relatos, poesías y canciones. Y ella misma fue testigo de esas composiciones. Además, ella sola guarda historias y anécdotas de todos los lugares y de todas las épocas. Ocurre que, en verdad, ella tiene miles de años. Pero se presenta siempre fresca y jovial.

Ella es familiar.

Tan simple y tan compleja, la copa de vino encierra un mundo de historias. A la de ella, cada uno agrega la suya propia mezclada con experiencias únicas, personales y familiares. Esas historias que evocan recuerdos (re)vividos por los cinco sentidos. En todos los casos, ella, cómplice, guarda el secreto. Y así ocurre que ella tiene mil historias, que son de ella pero también nuestras, de cada uno. Y eso la hace única, como cada historia. Las historias con final feliz son las más buscadas, por todos. Esas que tratan de encuentros entre dos personas, de ilusión, de amor. Esas que luego tienen nuevos capítulos como pareja. Y que siguen con nuevos tomos haciendo crecer la familia. Y así, cada familia posee su historia de encuentros y desencuentros. Cada integrante tiene la suya propia que vive y construye de manera personal e irrepetible. Y es que basta un encuentro, un desencuentro, un reencuentro y, así, nace una historia. En cada una, ella siempre está, y estará. Del tatarabuelo al hijo, la copa de vino se hizo presente en anécdotas, reuniones y celebraciones. El tatarabuelo recordará cuando hacía el vino con sus pies, con los pies de toda la familia de entonces en el patio de la casa. Todo el proceso era artesanal y conociendo solamente la experiencia y enseñanza de su familia directa. El bisabuelo continuaría. Pero suma empleados que ayuden en la fabricación del vino patero. También comenzaría a embotellarlo, quizás, de maneras que hoy nos resultarían precarias. El abuelo se asesoraría, seguramente, con compatriotas y vecinos y comenzaría a soñar la bodega. Prepararía el campo, compraría los barriles de roble, llevaría adelante el inicio de una pujante industria. El padre profesionalizaría esa bodega soñada. Perfeccionaría cada paso, estudiaría, la daría a conocer. El hijo la gestionaría. Tomaría empleados. Organizaría eventos y visitas. Crearía un museo con los elementos que se guardaron como reliquias desde la época del bisabuelo. Cada integrante de la familia la hubiese tenido presente de manera especial y particular; en cada brindis; en cada paso. Cada generación buscaría conocerla más y hacerla conocida a la siguiente. Le daría un nombre, un estilo, un color, un aroma, una historia. Y ella retribuiría cada favor.

Ella es incondicional.

Y así ocurrió siempre. Ella siempre estuvo allí. Ella, incondicionalmente, siempre espera sobre la mesa. Quienes conozcan sus secretos e historia, se pondrán exigentes con ella. La evaluarán. Analizarán el color, el aroma, la textura, el sonido, la música. Pero ella no se inmutará. Ella estará allí, sin chistar, como siempre estuvo. Estará dispuesta a seguir creando mundos. Una copa de vino es un mundo tan complejo y tan particular a la vez. La rica herencia que ella guarda se hace millonaria con las propias experiencias que surgen en torno a ella. Y esta riqueza crece, se profesionaliza, se hace ciencia. La viticultura, la enología, la cata. El cultivo, la producción, la degustación. Quizás ella desconozca cómo llegó hasta allí. Quizás no sepa de los procesos de escurrido, de prensado, de desfangado, del tiempo de fermentación ni del arte de conservación. Quizás no esté al tanto de los estudios de clima, latitud, altitud, luminosidad necesarios para producirla. Sin decir nada si el vino estuvo conservado en un barril de roble o en uno de acero inoxidable. No le importó si el proceso de decantado duró lo que debía durar. O al menos eso creemos. Quizás sí lo sepa, y sí le importe, pero por cuidado de quien la bebe no diga palabra y deje que cada uno saque sus conclusiones. De todas formas, cambiará el vino, el productor, el enólogo, pero ella seguirá estando presente. Y el circuito seguirá funcionando.

Ella sabe.

El placer por el buen vino se transmite de generación en generación, cada una, al igual que las familias, al igual que cada historia, será particular. Algunos abrazarán los avances tecnológicos. Otros conservarán los sistemas tradicionales y artesanales. Y ella se llevará bien con ambos. Es que, en el fondo, si sabe de dónde vino y cómo llegó, para ella, lo más importante no pasa por lo que haya ocurrido antes. Pasa por lo que está ocurriendo en el aquí y el ahora, sobre la mesa. Sobre esa mesa de fino mantel y entre las velas. Sobre la mesa de aquel restaurante elegante, y sobre aquel otro que demuestra el paso el tiempo. Sobre la mesa de brindis del casamiento de aquel familiar. Y sobre nuestra mesa del comedor diario. En las ocasiones más importantes de nuestra vida, ella estuvo presente. En las importantes galas, en las cenas románticas, en las fiestas tumultuosas y en las noches solitarias. Allí, tan simple y tan compleja, su compañía, su complicidad, su alegría estuvieron presentes. Por un lado, es solo una copa de vino que cualquiera, en cualquier circunstancia bebe. Pero por su parte encierra tanto misterio, tantos recuerdos, tantas vivencias que no pueden resumirse o clasificarse.

Ella es el centro de esta historia.

Todos tenemos una historia, guardamos imborrables recuerdos que ella conoce, tuvimos nuestros grandes momentos, que ocurrieron alrededor de una copa de vino. Ella nos brinda ese saber y ese sabor personales, íntimos, que atesoramos en nuestros recuerdos. Guardamos esos momentos acompañados de personas, aromas, sonidos y ella siempre estuvo allí con su propio aroma, su propia figura, su propio sonido. Todo eso, en conjunto, crea y forma parte de nuestros recuerdos. ¡Ah, si ella hablara! ¡Tendría tanto para contar! Pero, ¿qué nos diría? ¿Ella analizará al bebedor? ¿Se fijaría en su color, en su aroma, en sus sonidos? ¿O simplemente dejaría que la beban y ya? ¿Analizaría la historia del bebedor, en dónde nació, cómo creció? ¿Cambiaría su parecer según la mano de quien la sostenga? ¿Callaría? Quizás su reacción quedaría a gusto de quien bebe de ella. Quizás ella callaría. Quizás, de alguna manera, haría ver su opinión. Claro que si alguien osara preguntarle algo en voz alta quienes estuviesen a su alrededor podrían sospechar de la cantidad de ellas que ha bebido antes. Sin embargo, ella, elegante y ubicada como es, no emitiría juicio de valor alguno. No está allí para juzgar. Tampoco le interesaría. Ella es compañía, alegría, amistad. Y si lo pensamos, nunca le dimos siquiera las gracias. Entonces, en un humilde intento de hacerle justicia, de reconocerle todo lo que ella es, así de simple y de compleja, este escrito está dedicado a ella.

Gracias.

Bajo la firma de: RPM

 
 
 
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